La prueba
El 21 de julio de 2019, un día que no podré olvidar.
El día anterior había estado intentándolo con los buitres, y este día hice algo parecido, pero cerca de mi casa.
Era una mañana nublada. Me levanté de la cama y me preparé. El hide desmontable, una silla, la cámara con las baterías y algo de comer fueron mis acompañantes. Mi padre me ayudo a llevarlo hasta el sitio. Elegí una campa que conocía desde hace mucho tiempo y que, hasta entonces, me había regalado muchas cosas: plumas de busardo ratonero para mi colección, avistamientos de zorros, corzos, etc. Llegamos al sitio y colocamos el hide debajo de unos robles. Serían alrededor de las siete de la mañana. Coloqué al azar varios trozos de carroña por los alrededores, me metí al hide y despedí a mi padre. Yo, que en ese momento no tenía ninguna esperanza, comencé a leer tranquilamente en el móvil. Media hora después de que mi padre se hubiera ido, mientras leía, levanté la mirada y eché un vistazo.
No me creía lo que estaba viendo: había dos alimoches a escasos 30 metros del hide. En aquel entonces no tenía trípode y hacia las fotos a pulso. Cogí la cámara y poco a poco saqué mi objetivo por una ventanilla del hide. Hice varias fotos de los dos juntos, pero rápidamente alzaron el vuelo con un trozo de carroña. Pensaba que se habían asustado por algún movimiento de mi objetivo, pero, con el tiempo, lo relacioné con que estarían llevando ese trozo de carroña al nido para sus pequeñuelos. Poco después de este momento tensó en el que los alimoches se fueron, el macho de la pareja volvió a bajar a la campa (si seguís leyendo los siguientes capítulos de este proyecto, descubriréis porqué sé que este era el macho). Empezó a andar por los alrededores en busca de algo de carne. Se fue varias veces con comida y volvía poco después.
Estas idas y venidas de los alimoches en aquella localización llamó la atención de una veintena de buitres leonados, que comenzaron a caer del cielo.
Os pongo en situación. Llevaba poco tiempo dedicándome a la fotografía de naturaleza, era de las primeras veces que me metía a un hide propio y el alimoche era una especie que desde pequeño me había llamado la atención. Todo ello mezclado, en ese momento, me hizo vivir un sueño.
Ese día me di cuenta de lo que podía hacer allí mismo, al lado de mi casa. Me sirvió de motivación.
Durante el mes de julio y agosto hice sesiones en la misma localización con el mismo método. En esas sesiones tuve alguna oportunidad de poder fotografiar a la misma pareja de alimoches. Aun así, me di cuenta de que no todos los días iba a tener la suerte de aquella primera sesión. Había días en los que volaba un milano por allí durante unos segundos y no veía nada más en toda la sesión. O días en los que no veía nada.
Todas estas experiencias las anoté en mi móvil para más adelante poder ver esa información sobre las especies de fauna que me visitaban.
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