Viaje a la Sierra de Ándujar

Todo comenzó en Instagram. Carlos, de la empresa “Wildtracani”, ofertó en esta red un curso de fotografía de naturaleza. La ubicación del curso era en la Sierra de Andújar, y se hacía en colaboración con la empresa “Naturoots”. Ofertaban salidas para ver ciervos, gamos y, con suerte, algún lince ibérico. Yo, en aquél entonces, no tenía casi ni idea de lo que era un lince, ni conocía esa sierra. Sabía algo sobre ciervos, pero muy poco. Tampoco conocía a estas empresas. Realmente, lo de los ciervos fue lo que me llamó la atención, y por eso llamé a Carlos. Hablé con él y reservé ese curso de fin de semana. En una de esas llamadas me dio la posibilidad de alquilar un hide de águila imperial ibérica, y lo reservé para dos días. Nunca había fotografiado a esta especie, y lo que conocía sobre ella era poco, o nada.

Fue un viaje al que me lancé sin saber qué podría pasar.


 

Octubre de 2019

Día 1


 

Cogí un autobús que salía de mi ciudad dirección Algeciras y que paraba en Andújar. El viaje era de madrugada y duraba alrededor de 10 horas. Era todavía de noche cuando el guía me recogió en la parada de bus. Serían las 7 de la mañana. Llegamos a la finca del Altozano en 30 minutos. Allí, medio dormido, conocí a Dani y a Carlos. Desayunamos algo y me llevaron al hide del águila. Estaba tan nervioso que no me entró nada de comida.

Águila imperial posada en una torre eléctrica.

Ese día no se acercó más. Solo pudimos observarla a distancia.


Mientras íbamos al hide, me contaban que por la zona habitaba una lincesa con 2 cachorros. En ese momento, no apreciaba a ese animal, no sé el porqué. Quizás, al no haberlo visto nunca, no era consciente de lo bello e interesante que es.

Cuando paramos el land rover, de entre unos matorrales salieron los linces, yo no los vi, pero eso me contaron. Anduvimos hasta el hide, y, cuando me estaba metiendo, me dijeron que saliera. Allí, a unos 30 metros, la madre de los cachorros estaba sentada mirándonos. Hice algunas fotos sin saber lo privilegiado que era. Poco después desapareció y nos metimos al aguardo.

Hembra de lince ibérico.

No sabía nada sobre esta especie, pero desde entonces comenzó a interesarme.


Pasaron unos segundos, y los 3 linces allí aparecieron a pocos metros. Dani y Carlos, a mi lado, no daban crédito. Yo, en cambio, tengo que reconocer que no disfruté demasiado haciendo aquellas fotos. Los linces eran muy confiados, incluso se acercaron a 1 metro del aguardo, y eso, a mí, me chirriaba. Me pareció que estaba fotografiando a un animal doméstico. A pesar de esa sensación, las fotos que hice me encantaron. Me contaron que este comportamiento confiado que tuvo esta familia era normal en la especie. Al ser un superpredador no tiene a ninguna otra especie por encima en la cadena trófica, y esto le hace mostrar este comportamiento. No es así en todos los ejemplares, muchos escapan del ser humano. En este caso fue curioso porque esta hembra de lince vino con sus dos cachorros.

Hembra de lince con su cachorro.

Me sorprendió lo cerca que estuvieron, aún sabiendo que nosotros estábamos allí. Mi desconocimiento era total y no supe apreciar la suerte que estaba teniendo. Con el tiempo me di cuenta del privilegio que viví.


 De mientras que esta familia rondaba esta zona, vimos al águila imperial muy lejos. Aquel día no se acercó, seguramente por la presencia de estos linces.

La familia estuvo varias horas delante nuestro, incluso se echaron una siesta.

A medio día salimos del aguardo y por la tarde hicimos una salida por la finca.

Cachorro de lince caminando.

Los tres linces pasearon por el escenario sin ningún tipo de preocupación.


Día 2


 

El primer día del curso hicimos una salida en busca de ciervos. Por esta época, la berrea estaba terminando poco a poco, pero pudimos ver algún macho berreando. Vimos gamos también y alguna otra especie. Era la primera vez que podía observar y fotografiar a estos ungulados. Después de pasar la mañana en esa zona, nos movimos hacia una zona de rio en la que se podían ver nutrias. No hubo suerte con las nutrias, pero vimos otras especies ligadas a los medios acuáticos.

Un día más lleno de experiencias y momentos para el recuerdo.

 

Macho de ciervo berreando.

Era la primera vez que observaba a la especie, y poder verles berreando fue una experiencia impresionante.


Día 3


 

El plan para esta jornada era volver a ir en busca de ciervos. Al no haber tenido suerte con el águila en la primera sesión, este día decidí sacrificar una jornada del curso para intentar fotografiarla.

Días atrás, el águila había venido a comer delante de este aguardo por la mañana, y, por lo tanto, dimos por hecho que este día también lo haría así. Desayuné y, por se acaso, me llevé algo de picar. La espera comenzó hacia las ocho de la mañana, justo cuando el sol comenzaba a calentar. Recuerdo todavía esas vistas que tenía delante, estar ahí ya era un privilegiado.

Pasaban las horas y el águila imperial no aparecía. Algún pequeño pájaro rondaba por los alrededores y me entretenía. Recuerdo como cada diez minutos preparaba la cámara, hacia una foto de prueba e iba cambiando los parámetros. Eran las dos del mediodía, y no me rendía, seguía preparando la cámara con la esperanza de que en algún momento apareciera. Por aquella hora recuerdo hablar con Dani para ver que hacíamos con la comida, ya que no había llevado nada prácticamente. Finalmente, Dani decidió acercarse al hide para traerme la comida. Allí llegó con un taper de cuscús, que agradecí enormemente. Rápidamente se fue, y prosiguió la espera.

 

Macho de tarabilla posado en una ramita.

Los pequeños pajaríllos animaron el escenario del hide aquella mañana.


 Por aquella época, no tenía trípode para mi equipo de fotografía. En esta sesión utilicé mi cámara Canon EOS 6d mark ll con el objetivo Sigma sport 150-600. Este equipo pesa alrededor de 3 kilos y medio. El equipo lo dejaba en el banco que tenía al lado, y cuando quería usarlo lo cogía y, a pulso, sacaba las imágenes.

Mientras comía tranquilamente, (habrían pasado 10 minutos desde que Dani se había marchado) vi un punto en el cielo, muy lejos. Dejé rápidamente la comida en el suelo y agarré mi equipo. A través del visor de la cámara vi al águila imperial ibérica. Me temblaba el cuerpo de la emoción, no me lo creía. Al principio estaba muy alta y lejos, pero en escasos segundos se fue acercando y bajando la altura de vuelo. Cuando estaba a buena distancia, empecé a hacerle fotos, y en escasos segundos llegó al posadero, donde le esperaba un conejo en forma de carroña. Le hice una serie de fotos que, a día de hoy, no sé como conseguí que salieran tan enfocadas y encuadradas como yo quería. La emoción en ese momento era abismal. No podía ser más feliz.

Hembra de águila imperial volando.

Nunca he entendido como conseguí encuadrar y enfocar disparando con el equipo a pulso.


El águila, tras pocos segundos posada en aquella rama, decidió marcharse y posarse en un árbol cercano. No llegó a comer ni un trozo del conejo. Después de unos minutos, hizo un amago de venir a la rama de nuevo, pero por alguna circunstancia desconocida, se marchó hacia la parte baja de aquel valle y desapareció entre las elevaciones del monte.

No supe más de aquella águila. Le esperé toda la tarde, pero no regresó. Cuando el sol desaparecía por mi izquierda, Dani llegó a recogerme. A pesar de que solo fueron 40 segundos los que tuve para fotografiar a este ejemplar, las 12 horas de espera fueron amortizadas.

Águila imperial posada mirando fijamente a cámara.

Pude observarla durante escasos 5 minutos, y en total pude hacerle 45 fotos. Aún así, fue una experiencia de esas que dejan huella.


Día 4


 

En mi último día en la Sierra de Andújar mi decisión fue intentar fotografiar de nuevo al águila imperial ibérica.

Al igual que las otras dos sesiones, la espera comenzó con los primeros rayos de sol. Las primeras horas del día fueron tranquilas, hasta que de pronto, apareció una urraca y se posó cerca de la comida. Segundos después, como yo me imaginaba, el mismo ejemplar de águila apareció por en frente. Agarré la cámara y le comencé a hacer fotos. Yo, creía que vendría directa hacia mi aguardo, como en la anterior sesión, pero para mi sorpresa, le perseguía un ejemplar de azor. El azor consiguió desplazar a la imperial, que cambió su rumbo y se alejó. El escenario volvió a quedar desierto.

Urraca posada.

La urraca llamó la atención de la imperial, que hizo un amago de venir, pero el azor que la perseguía la hizo recular.


Hubo momentos durante el día en los que escuchaba al águila haciendo su reclamo característico. Esto me hacia seguir despierto y atento a cualquier posible aparición de la especie. Pasaban las horas, y las posibilidades de conseguir el objetivo eran cada vez más escasas. Recuerdo que, en las últimas horas, volví a escuchar reclamar al águila, pero no apareció. Así me despidió esta sierra, con los últimos rayos de sol y el reclamo de una especie que hasta hace muy poco ha estado en una situación de peligro de extinción.

El sol se escondió y, después de doce horas metido en el hide, me recogieron.

Recogí mis cosas del apartamento y me llevaron a la estación de autobuses. Otras diez horas de autobús para volver, pero que feliz era, y soy, cada vez que recuerdo esos momentos.

Águila imperial volando.

Este fue el momento en el que hizo un amago de acercarse.


 Una experiencia que no podría haber sido posible sin el trabajo de Carlos de “Wildtracani” y Dani de “Naturoots”.


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